A través de los años me he dado cuenta de que ir en búsqueda de la verdad, ha requerido de mí aprender a ser transparente y no mentirme más sobre las ideas, sentimientos y pensamientos que tenía de mi historia en los que me sentí víctima. Poco a poco he ido aprendiendo a decirme las cosas sin máscaras y a hacerme cargo de lo que pienso, digo, siento o hago y fue así como mi vida se empezó a transformar.
He elegido retarme a través de realizar o pasar por algunos retos que me llevaron a salir de mi zona de confort: la más grande fue en el 2012, vivir tres meses en Corea del sur en un centro de meditación, hice retiros de silencio: dos de 10, uno de 5 y otro de tres días. Estós eventos me pusieron si o si frente a mis creencias limitantes, mostrándome en forma de enojo o inconformidad a traves de aquellas actividades que me disgustaban, las situaciones o cosas con las que no estaba de acuerdo.
Situaciones y momentos de los que debo reconocer con honestidad, que no los aproveché en su totalidad, porque estaba aún en un modo muy fuerte, del deseo de querer tener el control y el deseo der querer tener la razón. Estas dos formas de estar en la vida cerraban mi corazón porque me hacían mucho ruido. Ruido que me llevaba a decirme a mí misma o a decirles a otros cosas como: me choca, no soporto, deberían de, tienen que o tengo que, no es justo, no quiero, no puedo, no sé, ¿Por qué a mí?, qué barbaridad, ¿Hasta cuando? ¿Qué les cuesta hacer las cosas de otra manera? Etc.
Otros retos han sido un poco menos duros o difíciles: bañarme con agua fría, hacer uso del sauna, hacer inmersiones en agua con hielo. Estás tres cosas me sacaron totalmente de mi zona de comodidad pero los beneficios han sido muchos.
Aprender a orar y a meditar me ha permitido poner mi mente y corazón totalmente en las manos de Dios, esa acción me ha llevado a sentir certeza de que solo sucederán en mi vida aquellas situaciones a las que mi alma se ha hecho correspondiente, porque existe un propósito de aprendizaje de amor en ello, y a tener fe que aunque no tiene una forma específica, puedo percibir el amor infinito de Dios por nosotros. Ahora más que nunca tengo la certeza de que nunca he estado sola, y que en los momentos cuando más sufrí, era Él quien me sostenía.
El calor del sauna, el cual puede ser insoportable cuando estamos en modo queja, a mí en lo personal me ha permitido al estar en modo aceptación decir “esto es lo que hay y es perfecto”. Mi mente se calla y entro en comunicación con la parte de Dios que habita en nosotros. Es en medio de esa quietud mental que el Amor, Su amor, me da la oportunidad de observar mis pensamientos, expandir mis sentidos para poder darme cuenta en que parte de mí cuerpo surge la información que llega en un pensamiento y en una sensación corporal a la que ya estoy lista para atender y procesar. Al poder ver la información sin juicio, he podido reconocer a qué otros sentimientos, percepciones, emociones, juicios o interpretaciones se conectaban mis experiencias desagradables o dolorosas de vida en el pasado. Es así como he podido ir comprendiendo poco a poco el por qué de mi forma de reaccionar versus la forma que tengo ahora de responder.
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Carolina Alcázar